Sinopsis
El teatro de Casona trata de crear en el espectador un revulsivo ético basado en la moral occidental y en los mandamientos cristianos laicizados.
Sus obras pueden considerarse autos, no sacramentales, cargados de enfrentamientos entre virtudes y pecados capitales, dentro de la más depurada concepción evangelizadora. De ahí esa sensación que el lector o espectador posee, a veces, de hallarse en una clase de teología sin theos, en una clase de antropología filosofal a pequeña escala.
La barca sin pescador es un buen ejemplo de crítica de aquellos que siempre están dispuestos a saltarse las normas morales para conseguir sus objetivos.
«Para sufrir con el dolor ajeno, lo primero que hace falta es imaginación. Un día sabemos que va a morir un pescador en una aldea del Norte, y nos encogemos de hombros. Otro, leemos que en un frente de guerra han caído treinta mil hombres, y seguimos tomando el café tranquilamente, porque aquellas treinta mil vidas no son, para nosotros, más que una cifra. Y no es que tengamos duro el corazón, no. Es la imaginación la que tenemos muerta».